El Zen para intelectuales, sépase de una vez, nunca fue para “intelectuales”. El lenguaje del Zen significa, desde tiempos inmemoriales, un fuerte, aunque muy artístico embate, contra la obsesión humana de jugar a intelectualizar todo lo que se encuentra a su “alcance”: desde el sentido de las diez mil cosas, hasta las razones del mundo increado. El Zen que da vida a esta obra, es una filosofía antifilosófica que pretende todo, menos afianzarse a la mente de algún simpatizante; por el contrario, busca, de cara a las exigencias de la experiencia de la existencia, desintegrarse. Los infortunios de nuestros excesos intelectuales no sólo han hecho al humano, demasiado humano, sino que nos han llevado a perder el piso de las vivencias que realmente nos competen, priorizando, pretenciosamente, necesitar saber por qué sucede lo que acontece, por encima de la experiencia en que sucede lo que acontece. Y, pese a que el intelecto es nuestra única herramienta para saborear conscientemente el camino de la vida, es prudente zarandearle esporádicamente para refrescar nuestra atención en lo existente, y emanciparla, incluso por momentos breves, del bullicio de la mente. Las provocaciones y desafíos intelectuales que comprenden la segunda edición de esta obra, personifican el incesante conflicto entre el misterioso lenguaje Zen de todos los tiempos, y la realidad de la tragedia existencial humana, de todos los tiempos. Así pues, con la ilusión del despertar a la realización de lo que genuinamente concierne a nuestra existencia, y sin intención de parodiar excesivamente a ningún lector, os invito a recorrer el mundo del cenobita, y el pequeño saltamontes.
